jueves, 29 de marzo de 2012

DESDE SELFOSS A BLUE LAGOON

Vista alrededor de Vatnshol
Desde mediados de Julio del 2011, aunque los rayos del Sol se solían empeñar en despertarme en una hora poco oportuna como las 4 de la mañana aproximadamente, pero mi indiferencia superaba con creces la fuerza de los rayos solares. Durante estos días, mi horas de existencia se dividían entre los fogones de la cocina del hotel, y mi próxima habitación de unos 10 metros cuadrados, todo ello surrounded en un paraje virgen y natural, en el que imperaba una total sensación de aislamiento y un total sentimiento de paz. Conmigo trabajaban un chico chileno en la cocina; una chica suiza y otra alemana en la limpieza general; y un seños polaco en el mantenimiento general de las instalaciones. Me levantaba con viento fresco y el ruido del silencio, a partir de las 11 de la mañana aproximadamente, y ensimismado en mis superficiales pensamientos; aquellos que a menudo se nos presentan como “importantes” en la irrelevancia de nuestra existencia…En todo caso, el pasar muchas horas en la cocina en solitario (ya que el chico chileno partió a Irlanda tras un mes) me ayudaba sobremanera a relajarme. Las primeras horas se basaban en la preparación de todo tipo de sopas, carne, ensaladas, patata normal y dulce, además de postres (chocolate fondant, compota, etc.), afortunadamente, y de modo paralelo a mi trabajo, intentaba desarrollar mis principios generales de cocina mediante diversos libros de cocina. Un hecho curioso es la abundante cantidad de tazas de café que bebía durante el día; y es que en Islandia se bebe mucho, pero que mucho café. De hecho, el café es tan importante que lo encuentras gratuitamente en bancos, hospitales, tiendas, etc. Cualquier lar de Islandia (especialmente Reykjavik cuenta con numerosas cafeterías y cafés d eliciosos)
Con mis amigos en Vatnsholt
En cuanto a la localización de mi lugar de trabajo, Vatnsholt, se encontraba a unos kilómetros de Selfoss, el nucleo “urbano” más próximo. Urbano, urbano…hahaha, vereís; Selfoss una “ciudad” de unos 6.000 habitantes a unos 50 km. De Reykjavik, una ciudad por la que pasó Ingolfur Arnarsson, el primer habitante de Islandia alrededor del siglo nueve.

Selfoss
He aquí una breve descripción: Selfoss, tras cruzar el río Ölusá, se nos presenta humildemente con una pequeña iglesia a la derecha. Llegamos a una gran rotonda, con un restaurante Subway y una tienda de perritos calientes dándonos la bienvenida; desde ahí, seguimos una gran avenida, que es la calle principal, con un gran centro comercial al principio, seguida de algunos bancos parques, una gasolinera, y alguna heladería…y por supuesto, también podemos encontrar cerca la piscina, la piscina a estilo islandés que todo rincón del país que se precie posee. Si tomamos la otra avenida, partiendo desde la rotonda anterior, llegamos en seguida a un club: el Club 800, con muy ambiente el viernes y sábado noche. Desde allí, se puede llegar fácilmente a Reykjavik a través de los autobuses que parten desde la parada de autobús situada a la entrada de la ciudad, o a desde aquella junto a la gasolinera. Un hecho curioso que descubrí tras unos meses es la reputación de la que gozan los habitantes de Selfoss: superficiales, quemados por los rayos UVA, cabezas huecas, esclavos de gimnasio…pero bueno aquí cada lugar tiene un fama…Por cierto, se suelen hacer chistes con la gente de Hafnafjördur muy a menudo.

De todos modos, los islandeses me parecen gente muy sincera, sencilla, humilde, tranquila, adoradora de su país y de los paisajes de su país, y con alma de artista en muchos de ellos; y siempre rodeados de un cierto aire melancólico emanado de sus oscuros inviernos, su triste historia, y su frialdad momentánea; desaparecida con dos cervezas en Laugavegur.

Retomando el tema de mi entorno de trabajo, fue justamente  con mi compañera alemana y suiza que decidí irme un fin de semana de fiesta por Reykjavik, en uno de esos fines de semana de Agosto donde la calle Laugavegur estaba repleta de gente caminando por todas partes, incluyendo por la calzada; turistas, estudiantes, artistas, borrachos, y más se reunían en estas calles donde poco importaba para los islandeses éstas etiquetas. Recuerdo caminar con ellas, conocer un artista callejero polaco, cantar con él y bailar con las chicas en mitad de la calle…claro que yo ya iba un poco borracho. Tras ello, más cerveza y conversaciones “express”, con algún coqueteo espontáneo, en bares como Hresso, y tras ello, Bakkus, vuelta a dormir y, al día siguiente…..Blue Lagoon, un balneario geotérmico increíble, atracción sobresaliente en este pedazo de isla perdida. Este spa se sitúa en Grindavik, al suroeste del país y cerca del aeropuerto, por lo que nos encontrábamos antes de llegar en un paisaje “lunar”, esto era, prácticamente ausencia de vegetación, y rocas grisáceas por doquier. El precio de la entrada para extranjeros era de aproximadamente unos 20 euros, y se llegaba a las instalaciones a través de un corto paseo de madera. Bien, una vez dentro, la vista del color de sus aguas cargadas de sílice y sulfuro y con color entre azul cristalino y blanco nuclear no os dejará indiferentes. La temperatura de sus aguas ronda los 39 grados, y podemos beneficiarnos de un “potingue” hecho a base de este sílice y sulfuro de color blanquecino para usar como mascarilla.
Las aguas de Blue Lagoon

En fin, volvimos a Vatnsholt en coche, con la sensación de quien llega al hogar tras una larga ausencia, lo que me resultó el primer signo inequívoco de que empezaba a acostumbrarme al país y a su cultura, y de que, consecuentemente, esta isla de magma volcánico empezaba a filtrarse en mi corazón.




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