Vista alrededor de Vatnshol |
Desde mediados de Julio del 2011,
aunque los rayos del Sol se solían empeñar en despertarme en una hora poco
oportuna como las 4 de la mañana aproximadamente, pero mi indiferencia superaba
con creces la fuerza de los rayos solares. Durante estos días, mi horas de
existencia se dividían entre los fogones de la cocina del hotel, y mi próxima
habitación de unos 10 metros cuadrados, todo ello surrounded en un paraje virgen y natural, en el que imperaba una
total sensación de aislamiento y un total sentimiento de paz. Conmigo
trabajaban un chico chileno en la cocina; una chica suiza y otra alemana en la
limpieza general; y un seños polaco en el mantenimiento general de las
instalaciones. Me levantaba con viento fresco y el ruido del silencio, a partir
de las 11 de la mañana aproximadamente, y ensimismado en mis superficiales
pensamientos; aquellos que a menudo se nos presentan como “importantes” en la
irrelevancia de nuestra existencia…En todo caso, el pasar muchas horas en la
cocina en solitario (ya que el chico chileno partió a Irlanda tras un mes) me
ayudaba sobremanera a relajarme. Las primeras horas se basaban en la
preparación de todo tipo de sopas, carne, ensaladas, patata normal y dulce,
además de postres (chocolate fondant, compota, etc.), afortunadamente, y de
modo paralelo a mi trabajo, intentaba desarrollar mis principios generales de
cocina mediante diversos libros de cocina. Un hecho curioso es la abundante cantidad
de tazas de café que bebía durante el día; y es que en Islandia se bebe mucho,
pero que mucho café. De hecho, el café es tan importante que lo encuentras
gratuitamente en bancos, hospitales, tiendas, etc. Cualquier lar de Islandia
(especialmente Reykjavik cuenta con numerosas cafeterías y cafés d eliciosos)
Con mis amigos en Vatnsholt |
En cuanto a la localización de mi
lugar de trabajo, Vatnsholt, se encontraba a unos kilómetros de Selfoss, el
nucleo “urbano” más próximo. Urbano, urbano…hahaha, vereís; Selfoss una “ciudad”
de unos 6.000 habitantes a unos 50 km. De Reykjavik, una ciudad por la que pasó
Ingolfur Arnarsson, el primer habitante de Islandia alrededor del siglo nueve.
Selfoss |
He aquí una breve descripción:
Selfoss, tras cruzar el río Ölusá, se nos presenta humildemente con una pequeña
iglesia a la derecha. Llegamos a una gran rotonda, con un restaurante Subway y
una tienda de perritos calientes dándonos la bienvenida; desde ahí, seguimos
una gran avenida, que es la calle principal, con un gran centro comercial al
principio, seguida de algunos bancos parques, una gasolinera, y alguna
heladería…y por supuesto, también podemos encontrar cerca la piscina, la
piscina a estilo islandés que todo rincón del país que se precie posee. Si
tomamos la otra avenida, partiendo desde la rotonda anterior, llegamos en seguida
a un club: el Club 800, con muy ambiente el viernes y sábado noche. Desde allí,
se puede llegar fácilmente a Reykjavik a través de los autobuses que parten
desde la parada de autobús situada a la entrada de la ciudad, o a desde aquella
junto a la gasolinera. Un hecho curioso que descubrí tras unos meses es la
reputación de la que gozan los habitantes de Selfoss: superficiales, quemados
por los rayos UVA, cabezas huecas, esclavos de gimnasio…pero bueno aquí cada
lugar tiene un fama…Por cierto, se suelen hacer chistes con la gente de
Hafnafjördur muy a menudo.
De todos modos, los islandeses me
parecen gente muy sincera, sencilla, humilde, tranquila, adoradora de su país y
de los paisajes de su país, y con alma de artista en muchos de ellos; y siempre
rodeados de un cierto aire melancólico emanado de sus oscuros inviernos, su
triste historia, y su frialdad momentánea; desaparecida con dos cervezas en
Laugavegur.
Las aguas de Blue Lagoon |
En fin, volvimos a Vatnsholt en
coche, con la sensación de quien llega al hogar tras una larga ausencia, lo que
me resultó el primer signo inequívoco de que empezaba a acostumbrarme al país y
a su cultura, y de que, consecuentemente, esta isla de magma volcánico empezaba
a filtrarse en mi corazón.
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