jueves, 16 de febrero de 2012

PRIMERAS EXPERIENCIAS EN LA CAPITAL CAIROTA



Un jueves cualquiera a las 14.45h. aterrizó en tierras egipcias un avión de la compañía Air Swiss. Un hecho no insólito, ya que el aeropuerto de El Cairo recibe diariamente aviones “made in Switzerland”, sin embargo, en este vuelo iba “empaquetado” yo y mi toda mi ilusión justificada por descubrir un nuevo país, una nueva cultura y un nuevo trabajo para Tour Egypt. Prosiguiendo con este post, el cual no conllevará al leerlo más tiempo del que tardé en llegar a la aduana del aeropuerto, me encontré con un esbelto y moreno egipcio que me recibió con una afable sonrisa para asistirme con la visa. Lo de la “asistencia” es una palabra que se queda un poco grande a los hechos, pues el proceso de asistencia consistió en hablar con un señor apoyado en la ventanilla de los bancos situados a la izquierda de la aduana; hombre más absorto en su pensamientos que en su trabajo. Simplemente me acerqué a él y dije:  فضلك من فيزا عايز انا /ana ais visa min fadlik/ e inmediatamente me extendió su brazo desanimado con el dichoso papelito. A continuación, junto con este simpático chico egipcio, Radwan, me encontré esperando a un taxi; paramos hasta cuatro distintos taxis, ya que todos ellos al ver mi cara de “guiri” intentaban cobrarnos el doble, o incluso el triple, del precio habitual del trayecto, a lo que mi compañero 100% egipcio sensatamente se negaba. Finalmente, detuvo en medio de la carretera; en medio de un escenario atestado de gente, humo, coches y palabras egipcias, a un señor de mirada profunda y de semblante humilde que nos recibió como si fuéramos, ambos, hijos legítimos de El Cairo, esto es, que nos cobro el precio “estipulado” para el trayecto que nos llevaría del aeropuerto a Nasr City.
Balcon de mi casa en Nasr City

Nasr City, pronunciando estas palabras insensibles a mis oídos en ese momento, nos montamos en dicho taxi, y nos condujo hasta este lugar. En este trayecto, Radwan y el taxista no tardaron en comenzar a conversar como si fuesen viejos conocidos de un mismo barrio, con una camaradería y jovialidad que no escapó a mis sentidos. Aunque no entendía nada, su lenguaje corporal me impresionó; yo creía firmemente que españoles e italianos, por ejemplo, somos extremadamente expresivos con el cuerpo, pero lo de nuestros viejos conocidos egipcios era extraordinario: eran nuestros gestos con manos, ojos, boca, etc. multiplicados por dos y elevados al cuadrado. En fin, creo que sus manos y gestos comunicaban mucho más que sus palabras, especialmente para mí. En el trayecto me sorprendió el tráfico; era un caos tremendo, sin orden preestablecido. ¿Señales de tráfico? ¡Para qué! Intersecciones en las que se reunían hasta 4 coches al mismo tiempo, distancias casi inexistentes entre unos y otros, motos adelantando entre dos microbuses, todo ello adornado con burros y caballos en la misma “pista de baile”. En medio de la ya inanimada conversación de mis compañeros de viaje y del animado espectáculo automovilístico, pude intuir, en medio de este caos, un orden no escrito, una especie de “sipnosis” entre sus participantes. Era increíble, pese a este atestado desorden, todo el mundo sabía cuando pararse, cuando adelantar, y nada de accidentes. Egipto es uno de los países del mundo con mayor índice de accidentes de tráfico, pero comparado con lo que observe, me extraño que este índice no fuese más alto. En fin, es algo que una mente cartesiana como lo mía no pudo digerir, pero un código que en El Cairo funciona, un orden no preestablecido que ellos siguen.
Balcón de mi casa en Nasr City

Al fin, llegamos a Nasr City, a mi futuro hogar, en el cual me ayudó a bajar las maletas mi vecino. Me sorprendió la amabilidad y la generosidad de la gente que  allí se encontraba; pareciese que todo el barrio hubiese estado aguardando mi llegada: ojos que me miraban por todas partes, y partes a las que miraba pero no encontraba ojos. Subí a la novena planta, mi apartamento, con 6 habitaciones, dos pisos, decoración sacada de un cuento de “Las Mil y una noches”, en fin, muy acogedores, a partes iguales, mi apartamento y las personas que me recibieron. A continuación, tras cinco minutos andando, a dos carcajadas de mi hogar o un pensamiento profundo de mi nueva morada: mi futura oficina, en la que me recibieron con amabilidad, humildad y humor egipcio mi equipo de trabajo. Así se inauguró esta nueva etapa de mi vida.

En fin, me sorprendió sobremanera la capacidad de organización en medio de un aparente caos, la sonrisa eterna de sus habitantes, la camaradería entre sus gente, su sentido del humor y la arena mezclada en un aire “recargado”

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