Este pasado sábado reinaba el aburrimiento en nuestro “prestado”
hogar, en Nasr. Así que, pese a las alarmistas noticias sobre las protestas
revolucionarios en el centro del Cairo y el ambiente pesimista que nos rodeaba,
decidimos ver que nos deparaban las calles de ese mercado de especias, sedas y
antigüedades sin dueño: Al-Jalili. Mike, Gergo y yo nos montamos en la atracción
number 1 en El Cairo, un minibús. Nos
hicimos paso en el acaudalado tráfico, llegamos a la estación de metro de Muhammed
Naguib y, desde allí, emprendimos un
largo paseo hasta el susodicho mercado. De pronto, nos vimos en vueltos en una
carretera atestada de gente, coches, gallinas y caballos: era increíble. En esta
calle se desplazaban por el asfalto, a lo largo de todo él, estos elementos.
Pareciese que fuimos participes de una carrera de obstáculos súbitamente y al
unísono.
De pronto, entre la marea humana se situó al lado de Michael
un señor de estatura baja y de unos 70 años, un tanto calvo y que llevaba en
las manos una caja del tradicional Backgammon. Entabló conversación con
nosotros y nos ofreció conducirnos a ese Cairo que pocos conocen: aquel que
convive junto al mercado de Jan-Al
Jalili, pero que no conoce ni las masas de turistas, ni los hiperinflados
precios de éste. En ese momento, pensamos que dicho señor era otro egipcio
intentando timarnos; uno de esos que sigue el Corán en la mezquita, pero que lo
olvida completamente ante el turista. Nada más lejos de la realidad, a los
cinco minutos de caminata junto a Fathi (así se llamaba el señor) nos indicó que
nos guiaría de manera gratuita, que no esperaba nada de nosotros; era un hombre
que le encantaba enseñar la belleza ignorada de estas callejuelas. Esto nos
hizo recapacitar sobre las verdaderas intenciones de este peculiar hombre y nos
dejamos llevar por su apresurado paso, su amabilidad innata y su original modo
de hablar inglés.
De pronto, incluso antes del inicio de la oración Salátul
Magrib, nos vimos envueltos por unas callejuelas de no más de un metro y medio
de ancho, adornadas de trajes beduinos, galabiyas, mantas, lámparas, especias
procedentes de todos los rincones, olores desconocidos para mi, alfombras
persas, ropa turca, etc. Tras tres minutos recorriendo estas calles acompañados
de Fathi, perdimos el sentido de la orientación, pues nos vimos inmersos en un
entresijo de callejuelas y edificios resguardados del paso del tiempo. Entre
callejuela, arco y puesto, el señor Fathi nos iba recitando la procedencia de
toda edificación: “¡esto es mameluco!”, “y éstos; los baños turcos del sultán otomano” “Allí la mezquita de Fátima”, etc. Era hijo
legítimo de estas calles ¿La prueba? Nos presentó en cada callejuela distintos
artesanos: de sillas, de figuritas de backgammon, de zapatos, incluso de
bastones. Estas personas, o artistas, trabajaban como antaño lo habrían hecho
sus padres o abuelos; eran negocios familiares de cientos de años que
pareciesen haber permanecido ajenos a la industrialización y a la sociedad de
consumo.
con el Sr. Fathi y Gergo |
Otra reliquia del Sr. Fathi |
En fin, en medio de
un laberinto de antigüedades, especias, sedas y algodones, llegamos al museo
del señor Fathi, un cuartucho de apenas 5 metros cuadrados, con toda clase de objetos:
bandejas de plata, cofres beduinos, collares hechos a mano, pasando por lámparas
como las de aladin y anillos oxidados. Todos ellos objetos que rebasaban la centena
de años; su deterioro y polvo daban prueba de ello. En su “museo” nos invito a
tomar shai (té) y nos enseño los “Willy Fog” que había conocido, lo que le
había permitido aprender a comunicarse en italiano, francés, inglés y alemán
sin ningún problema. Tras el sabroso té nos escoltó hasta El Fishawi.
Este Fishawi era un café precioso, ostentoso, y con
majestuosidad egipcia. Aunque se encontraba cerca del “museo” de Fathi, nos
pareció encontrarnos en otro Cairo, efectivamente, era Jan- Al Jalili. A
diferencia del Cairo Islámico que lo rodeabas, sus calles eran más higiénicas,
con productos “made in China” vendidos como reliquias, y lleno de egipcios
dispuestos a llenarse sus bolsillos con tus libras y sus palabras con tu
ignorancia. En medio de este “exótico” paisaje, un magnífico café, un café que no cierra desde
hace dos siglos y testigo de las tertulias de Naguib Mahfuz: El-Fishawi. En él,
nos sentamos a fumar unas cuantas shishas, entablamos conversación con tres
chicas anglosajonas y, a continuación, al darme cuenta de que había olvidado mi
libro en el museo de Fathi, dije “Hey, chicos, volvamos a las callejuelas de
Las mil y una noches, pues he olvidado mi libro en el museo de Fathi”.
Una vez más, retomado nuestro camino al mundo paralelo de
Jan Al-Jalili, nos perdimos durante dos horas por estas calles, preguntando a
todo comerciante si conocían a este peculiar señor. Durante este tiempo de búsqueda,
anduvimos por unas callejuelas fuera de lo común. ¿Cómo explicarlo? ¿Alguna vez
has visto un burro montado por niños de 5 años, un caballo corriendo junto a un
mercedes y tres chicos en bici con tres
palés apilados sobre la cabeza; todo ello adornado con voces, pitidos de motos
en todas las direcciones, bailes, oraciones y vendedores de hachís? Pues yo sí ;).
Bueno, siguiendo con la búsqueda interminable de Fathi, nos detuvo un señor en
la calle que decía conocerlo, ya que su hijo era amigo suyo. Éste chico de 29
primaveras, Hani, nos dio el número de teléfono de Fathi, así que pude
contactar con él para poder recuperar posteriormente el dichoso libro.
¡Cuán jovialidad la de este chico! nos presentó sus vecinos,
sus amigos, los mejores bares de shisha (todos alejados de la guía “Lonely
Planet” y de los precios “tima-guiri”, y finalmente, disfrutamos, en el humilde
taller de zapatos de su prima fumando más shisha y tomando té. Pasamos horas
hablando sobre la historia de estas calles, sobre su gente y, de vuelta a casa,
nos invitó a la fiesta de Fátima en estas callejuelas. Callejuelas tan cercanas
al Cairo turístico, pero tan lejanas a la vez de dichos turistas, calles ajenas
al paso del tiempo.
En el taller del primo de Hani |
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