domingo, 19 de febrero de 2012

AVENTURAS POR JAN AL-JALILI


Este pasado sábado reinaba el aburrimiento en nuestro “prestado” hogar, en Nasr. Así que, pese a las alarmistas noticias sobre las protestas revolucionarios en el centro del Cairo y el ambiente pesimista que nos rodeaba, decidimos ver que nos deparaban las calles de ese mercado de especias, sedas y antigüedades sin dueño: Al-Jalili. Mike, Gergo y yo nos montamos en la atracción number 1 en El Cairo, un minibús. Nos hicimos paso en el acaudalado tráfico, llegamos a la estación de metro de Muhammed Naguib  y, desde allí, emprendimos un largo paseo hasta el susodicho mercado. De pronto, nos vimos en vueltos en una carretera atestada de gente, coches, gallinas y caballos: era increíble. En esta calle se desplazaban por el asfalto, a lo largo de todo él, estos elementos. Pareciese que fuimos participes de una carrera de obstáculos súbitamente y al unísono.
De pronto, entre la marea humana se situó al lado de Michael un señor de estatura baja y de unos 70 años, un tanto calvo y que llevaba en las manos una caja del tradicional Backgammon. Entabló conversación con nosotros y nos ofreció conducirnos a ese Cairo que pocos conocen: aquel que convive  junto al mercado de Jan-Al Jalili, pero que no conoce ni las masas de turistas, ni los hiperinflados precios de éste. En ese momento, pensamos que dicho señor era otro egipcio intentando timarnos; uno de esos que sigue el Corán en la mezquita, pero que lo olvida completamente ante el turista. Nada más lejos de la realidad, a los cinco minutos de caminata junto a Fathi (así se llamaba el señor) nos indicó que nos guiaría de manera gratuita, que no esperaba nada de nosotros; era un hombre que le encantaba enseñar la belleza ignorada de estas callejuelas. Esto nos hizo recapacitar sobre las verdaderas intenciones de este peculiar hombre y nos dejamos llevar por su apresurado paso, su amabilidad innata y su original modo de hablar inglés.
De pronto, incluso antes del inicio de la oración Salátul Magrib, nos vimos envueltos por unas callejuelas de no más de un metro y medio de ancho, adornadas de trajes beduinos, galabiyas, mantas, lámparas, especias procedentes de todos los rincones, olores desconocidos para mi, alfombras persas, ropa turca, etc. Tras tres minutos recorriendo estas calles acompañados de Fathi, perdimos el sentido de la orientación, pues nos vimos inmersos en un entresijo de callejuelas y edificios resguardados del paso del tiempo. Entre callejuela, arco y puesto, el señor Fathi nos iba recitando la procedencia de toda edificación: “¡esto es mameluco!”, “y éstos;  los baños turcos del sultán otomano”  “Allí la mezquita de Fátima”, etc. Era hijo legítimo de estas calles ¿La prueba? Nos presentó en cada callejuela distintos artesanos: de sillas, de figuritas de backgammon, de zapatos, incluso de bastones. Estas personas, o artistas, trabajaban como antaño lo habrían hecho sus padres o abuelos; eran negocios familiares de cientos de años que pareciesen haber permanecido ajenos a la industrialización y a la sociedad de consumo.


con el Sr. Fathi y Gergo

Otra reliquia del Sr. Fathi

 En fin, en medio de un laberinto de antigüedades, especias, sedas y algodones, llegamos al museo del señor Fathi, un cuartucho de apenas 5 metros cuadrados, con toda clase de objetos: bandejas de plata, cofres beduinos, collares hechos a mano, pasando por lámparas como las de aladin y anillos oxidados. Todos ellos objetos que rebasaban la centena de años; su deterioro y polvo daban prueba de ello. En su “museo” nos invito a tomar shai (té) y nos enseño los “Willy Fog” que había conocido, lo que le había permitido aprender a comunicarse en italiano, francés, inglés y alemán sin ningún problema. Tras el sabroso té nos escoltó hasta El Fishawi.
Este Fishawi era un café precioso, ostentoso, y con majestuosidad egipcia. Aunque se encontraba cerca del “museo” de Fathi, nos pareció encontrarnos en otro Cairo, efectivamente, era Jan- Al Jalili. A diferencia del Cairo Islámico que lo rodeabas, sus calles eran más higiénicas, con productos “made in China” vendidos como reliquias, y lleno de egipcios dispuestos a llenarse sus bolsillos con tus libras y sus palabras con tu ignorancia. En medio de este “exótico” paisaje, un  magnífico café, un café que no cierra desde hace dos siglos y testigo de las tertulias de Naguib Mahfuz: El-Fishawi. En él, nos sentamos a fumar unas cuantas shishas, entablamos conversación con tres chicas anglosajonas y, a continuación, al darme cuenta de que había olvidado mi libro en el museo de Fathi, dije “Hey, chicos, volvamos a las callejuelas de Las mil y una noches, pues he olvidado mi libro en el museo de Fathi”.
Una vez más, retomado nuestro camino al mundo paralelo de Jan Al-Jalili, nos perdimos durante dos horas por estas calles, preguntando a todo comerciante si conocían a este peculiar señor. Durante este tiempo de búsqueda, anduvimos por unas callejuelas fuera de lo común. ¿Cómo explicarlo? ¿Alguna vez has visto un burro montado por niños de 5 años, un caballo corriendo junto a un mercedes y  tres chicos en bici con tres palés apilados sobre la cabeza; todo ello adornado con voces, pitidos de motos en todas las direcciones, bailes, oraciones y vendedores de hachís? Pues yo sí ;). Bueno, siguiendo con la búsqueda interminable de Fathi, nos detuvo un señor en la calle que decía conocerlo, ya que su hijo era amigo suyo. Éste chico de 29 primaveras, Hani, nos dio el número de teléfono de Fathi, así que pude contactar con él para poder recuperar posteriormente el dichoso libro.
¡Cuán jovialidad la de este chico! nos presentó sus vecinos, sus amigos, los mejores bares de shisha (todos alejados de la guía “Lonely Planet” y de los precios “tima-guiri”, y finalmente, disfrutamos, en el humilde taller de zapatos de su prima fumando más shisha y tomando té. Pasamos horas hablando sobre la historia de estas calles, sobre su gente y, de vuelta a casa, nos invitó a la fiesta de Fátima en estas callejuelas. Callejuelas tan cercanas al Cairo turístico, pero tan lejanas a la vez de dichos turistas, calles ajenas al paso del tiempo. 
En el taller del primo de Hani

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